EL DIA MÁS FELIZ

Mis ancestros por parte materna son de la tierra de Granada, de Graná. Por eso creo heredé la "malafollá". A pesar de ser persona de barrio, de muchos barrios, nunca me gustaron las palabras gruesas, por eso a la "malafollá" o "malafollada" prefiero llamarla malasangre.

¿A cuento de qué viene ésto? Pues a cuento de que no creo en la felicidad perfecta. Podía haber escogido un día cualquiera de los calificados de "primeros": primera comunión, primera pandilla, primer beso, primer... pero no, no elegiré ninguno de esos. Entre tantos momentos felices, que los hubo y seguirá habiendo, he escogido un día triste y feliz a la vez. Veamos:

Llevaba ya tres años de diagnóstico de parkinson y tenía que exponer parte de una ponencia ante más de cien, para mi, terribles psicopedagogos. Mis problemas de voz ya habían comenzado y no las tenía todas conmigo. Pero, resumiendo, no sólo salió bien, sino muy bien. Todo fueron felicitaciones. La alegría y la oportuna dosis de sinemet retard me hicieron creer hasta que no tenía la misteriosa enfermedad.

No sé el porqué, pero entre todos los seres queridos quise informar el primero a mi padre del éxito obtenido. Cogí el teléfono móvil, pero nada, nadie cogía. Llegué a casa y llamé desde el fijo, varias veces, nadie respondió. Así hasta la noche, en que recibí llamada de mi hermana: "Miguel, papá está en el Hospital... no vengas, tiene pocas posibilidades...". Mi padre se salvó. Se salvó lo que pudo. Así es la vida. Reir y llorar.